El senador Guido Girardi no pudo ser más explícito en el Congreso partidario que el PPD acaba de realizar. Y el llamamiento de Ricardo Lagos en su documento acerca de los “siete desafíos estratégicos” también va en el mismo sentido. El Presidente del Senado declaró que hay que ofrecer un proyecto "transformador" a la sociedad. "Eso la derecha no es capaz de hacer", afirmó. Ahí mismo Tohá y Lagos Jr. comenzaron a vestirse con las túnicas de candidatos presidenciales y a tomar iniciativas tácticas antes de discutir un programa.
¿No era le que que debió hacerse en los veinte años de Concertación, promover cambios fundamentales de estructuras políticas, económicas, y sociales heredadas de una dictadura? Era el impulso democrático vital y legítimo que había que alentar en la época de Aylwin. Los ciudadanos (la “gente” se les llamó a los sectores populares y asalariados; trabajadores y clases medias) querían transformaciones en el plano de la igualdad, la redistribución de la riqueza junto con derechos colectivos constitucionales.
Se aspiraba a un desarrollo orientado al futuro. A un Estado proveedor de bienes públicos universales fundamentales, como información, salud y educación.
Pero en vez de utilizar la energía ciudadana y dinamizarla, la cúpula concertacionista construyó un cuco; armó un espantapájaros con Pinochet para bajar la presión y seguir con el organigrama de las transiciones pactadas y ordenadas donde el principio era evitar enfrentar los intereses de la trenza de poder empresarial militar y religiosa. Nada que pudiera agitar las demandas ciudadanas.
Y sobraron los intelectuales encargados de reconocer “la obra magna de la dictadura” neoliberal. Gobierno tras gobierno concertacionista sucumbieron a los cantos de sirena del mercado capitalista' con ministros de factura neoliberal cuyo prototipo fue Velasco, el protegido de Bachelet, sin prever ninguna consecuencia.
Difícil entonces creerle a los concertacionistas. Una vez que se pone el proyecto de capitalismo de asistencia social —que trataron de aplicar— en perspectiva.
Este tipo de movidas en el escenario político —un viraje a la izquierda en el discurso de la centro derecha concertacionista— ocurre a menudo en circunstancias en que los partidos de centroderecha, una vez en la oposición, oscilan a la izquierda cuando perciben que el electorado constata la peligrosidad de las políticas de las derechas neoliberales recién elegidas en el gobierno (lo acaba de hacer el Laborismo inglés —que se había ido a la derecha con Blair— con la elección y el programa de Ed Miliband).
En Chile, es el juego y la camisa de fuerza del sistema binominal mismo el que permite este tipo de maniobras. Al no haber un arco político de tres fuerzas representado en el parlamento (Izquierda, Centro Derecha y Derecha pura), el centro (la Concertación) se posiciona demagógicamente con planteos de izquierda en tiempo de campañas pre-electorales.
Una vez vueltos al Gobierno se olvidan de las promesas y de la retórica de las “transformaciones”. Vuelven a la impotencia del realismo pragmático. Es la lógica implacable de tal tipo de sistema.
Este escenario se configura en un contexto político de fondo. En un año solamente el piñerismo y sus aliados de RN y la UDI (la derecha neoliberal pura) se han retratado de cuerpo entero. Relato tienen. El problema es que no pueden darse otro que encante al país. El suyo es la épica destructora de las fuerzas del capital o neoliberalismo, a la ofensiva en Europa y a mal traer en Latinoamérica. Imposible de inventar otro relato en Chile; no son creíbles. Por mucho que Longueira se desespere y se lo exija a Piñera.
Como Cameron en Inglaterra, que ganó porque Blair no ofreció nada nuevo. Sólo ahora el laborismo inglés vuelve a la izquierda, apoyado por las centrales sindicales, debido al hartazgo con las medidas de los conservadores. La primera: aumentar las matrículas universitarias y elitizar la educación británica.
El ejercicio piñerista y empresarial del poder, en los ministerios de Hacienda, Economía, Minería y Energía, y Vivienda y Transporte ha liberado los impulsos neoliberales y dejado el campo libre al desenfreno, a los negociados sucios y al voraz apetito de los grupos y holdings.
En el plano de la concentración monopólica el grupo Luksic no ha perdido el tiempo. Acaba de comprar la distribuidora de combustibles Shell; el grupo Claro le vendió el 10 % de la Compañía Sudamericana de Vapores (CSVP); adquirieron un paquete más de participación en la productora francesa de cables Nexus y disponen, después de una transacción furtiva con la Pontificia Universidad Católica, del 67% de propiedad de un canal de TV para hacer propaganda, meter ideología y mercantilizar la información.
Y Cencosud, otro grupo del retail, se aprovechó de franquicias aduaneras con el pretexto del terremoto para hacer más plata. A lo que se suman los negociados en el Transantiago y las oscuras maniobras destinadas a imponer HidroAysén: el plan depredador del medio natural de los grupos energético-mineros.
Son botones de muestra de la tendencia profunda.
Poco importa si la corrupción se desarrolla e incrusta en 20 años concertacionistas o se revela en el primero de Gobierno piñerista. La corrupción es la misma lacra y los beneficiados son los mismos ricos, que cada vez lo son más.
Es muy posible que en algunos años los ciudadanos estén hartos de tanto neoliberalismo, del aumento de las desigualdades y de los oscuros negociados después de un mandato piñerista, o de dos en el peor de los casos.
Pero hay otro peligro en ciernes. Paradójicamente este viene de la Izquierda misma. Más precisamente de su fragmentación e historial de derrotas y errores. Pese a que ella se reagrupa en instancias diferentes debe estar atenta y ejercer un control sobre sus líderes y dirigentes para evitar reproducir los errores que la mantienen en estado de subdesarrollo político.
Con mayor razón sus militantes deben ejercer una vigilancia democrática sobre aquellos dirigentes que tienen un pasado concertacionista reciente. No se les debe permitir sembrar ilusiones con expectativas de pactos con la Concertación (pese a las declaraciones de que "la Concertación no tiene remedio") bajo el pretexto del reforzamiento de un hipotético reencuentro PS-PC de “izquierda”, que según ellos habría que potenciar como núcleo de una izquierda alternativa. Hasta el momento son las ambigüedades de las organizaciones que han participado en pactos con la Concertación o que sueñan con una ampliada las que tienen una buena cuota de responsabilidad en la postración y el desencanto de mucha Izquierda.
Ser de izquierda es empezar a trabajar desde ahora por una alternativa con fuerza socio-electoral para no tener ni siquiera que plantearse votar en segundas vueltas ni por la Concertación, ni por el ambiguo progresismo de Enríquez-Ominami. Urge ya levantar una plataforma unitaria con fuerza.
Pensar en repetir el escenario sin salida al que condujo la candidatura de Jorge Arrate, que llevó inevitablemente a acarrear votos a Frei y al concertacionismo, es el peor camino para deshacer lo andado (que es muy poco todavía). La razón y la experiencia indican reagruparse bajo bases programáticas independientes y practicar la democracia interna en las asambleas. El control crítico de la base para desinflar los egos y combatir las capillas debe ser la norma.
Unirse es ceder compartiendo los 6 puntos programáticos consabidos que no vale la pena citar. Y converger en una práctica que los concertacionistas no pueden hacer porque serán abucheados: apoyarse en los movimientos ciudadanos, anticapitalistas, estudiantiles, ecologistas, de deudores y otros que vendrán, para conquistar el apoyo del pueblo y proyectar las demandas en el terreno electoral.
Para las presidenciales se necesita un buen candidato(a) (ojalá savia joven), claro e intransigente; sin complejos ni concubinatos incestuosos con la Concertación. Además de un programa social, democrático, de nacionalizaciones, de salud y derechos colectivos y de auténtico reconocimiento de los pueblos autóctonos. Con una tributación que vaya a buscar la plata donde está, está en el bolsillo de los ricos, en los royalties impagos y en sus bancos. Un programa que no se baja y que se argumenta pragmáticamente: con elementos democráticos, sociales, ecológicos, de igualdad de género y anticapitalistas.
Es la tarea de las iniciativas de izquierda recientes: Nueva Fuerza de Izquierda, Asamblea de Izquierda y Partido Igualdad (*). Crear puentes, trabajar y pensar unidos y en grande es lo que se espera de sus conductores. El resto es repetir la matriz del error. Seguir separados y no converger con nobleza ni practicar una ética de la unidad es aceptar el enanismo político y la derrota como modo de vida permanente. Es negarse ciegamente a aprovechar las oportunidades que brinda —en este período de crisis mundial— el aparentemente normal escenario de la vida política chilena. Por último, es sucumbir a las presiones del adversario concertacionista y contribuir a la continuidad de la hegemonía neoliberal de la derecha.
Habría que evitar que al peligro concertacionista se añada el que viene de la propia incapacidad de la izquierda para encontrar terrenos de acuerdo, unidad y proyección al futuro.